Algunos, como Trump, han dicho que el tema del cambio climático es un invento político (seguro que no sale de sus apartamentos de lujo y climatizados), y no se han dado cuenta que este cambio es toda una realidad que ya ha dejado sentir su impacto en el planeta.
Uno de los lugares que pudiera convertirse en el primero en quedar totalmente deshabitado debido a esta situación, es Sudán, país situado al noreste de África, el cual, para 2013, tenía más de 37 millones de habitantes y ahora corre el riesgo de quedar desolado.
Desde hace algunos años se ha registrado un aumento en las temperaturas; cada vez es más frecuente la falta de lluvias y las fuentes de agua se han ido secando con el tiempo, lo que ha dejado el suelo más seco e infértil.
Sudán se está convirtiendo en un extenso desierto, y esto complica brindar seguridad alimentaria, en todo un continente en el que de por sí este tema es delicado.
El hecho de que el suelo se seque ha provocado una nueva problemática: las tormentas de arena, que se conocen en ese país como “Haboob”.
Se han ido intensificando en su tamaño y periodicidad; algunas, incluso, han cubierto toda la capital, dejando apenas a la vista los pocos edificios altos que hay en la ciudad:
Desafortunadamente, estas tormentas de polvo y arena están acelerando todavía más el camino que parece inevitable: dejar deshabitado este país.
Según estudios, para 2060, la temperatura habrá subido 3 grados centígrados y esto irá generando toda una “zona de calor” desde Marruecos hasta Arabia Saudita, según proyecta Jos Lelieveld, investigador del Instituto de Química Max Planck.
Desde 2013, más de 600 mil personas se han tenido que desplazar de sus lugares de origen hacia otros territorios, debido a que la sequía, y también, ocasionalmente, inundaciones, han terminado con miles de hectáreas de cultivo, las cuales tampoco tienen posibilidad de rehabilitarse, según datos del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno (CMDI).
Las cosechas de sorgo y mijo, que son de las más importantes en esta zona, aseguran expertos, pudieran irse reduciendo hasta en un 70% en los próximos 35 años, lo cual tampoco es una buena noticia.
Los datos son alarmantes, toda vez que el 80% de la población tiene el agua de lluvia como su única fuente de abastecimiento, según Michelle Yonetani, asesora de desastres del CMDI, quien además agregó, el 70% de las personas vive de la agricultura tradicional. Dijo:
“La sequía agrava la desertificación, que a su vez afecta al cinturón de la sabana en el norte del país, así que estos desiertos invasores han desplazado a ciudades enteras”.
De por sí era ya un problema, esto ha encendido las alertas, ya que Sudán está entre los 15 países con mayor inseguridad alimentaria en todo el mundo, y ahora están en punto límite, dice Yonetani, ante la escasez mayor de agua y alimento.
La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios nos da todavía peores noticias: 1.9 millones de personas se verán afectadas por la producción agrícola escasa y la disminución del hato ganadero.
Cerca de 3.2 millones de personas padecerán la falta de agua, pero no solo eso, sino que esto provocará peores condiciones de higiene y sanitarias, en un país en el que desde hace muchos años no son las mejores.
Pero al parecer no todo está completamente perdido: para Marco Cavalcante, director del Programa Mundial de Alimentos, si se logra realizar un trabajo sostenido, se pudieran detener estas probables consecuencias, y al parecer ya existe la voluntad política para hacerlo, empezando por proteger a las comunidades de campesinos que se están quedando sin agua.
No se trata de negar la realidad, sino de adaptarse a los cambios que ya están presentes. Se han desarrollado planes de reconversión productiva, tomando en cuenta el nuevo terreno y la falta de agua, por lo que se están buscando cultivos más resistentes al calor y a la sequía, apoyados por una mejor tecnología de riego y un punto fundamental: un mejor almacenamiento de los productos, lo que dará seguridad alimentaria, pues un año puede haber una buena cosecha y al siguiente ya no.
Sin embargo, es tal el peligro, que Sudán no podrá lograrlo solo, anunció Cavalcante, pues estos programas suponen una fuerte inversión de recursos que el país africano no tiene; y es que no solo se trata de un riesgo alimentario, como ha dicho Michelle Yonetani, “no se trata de una crisis humanitaria, sino de una crisis de desarrollo”.
El problema está también en la salud, pues las condiciones de erosión y climáticas favorecen el que se expanda la malaria, el cólera y la fiebre amarilla, comunes en esa zona, lo que ocasionaría graves epidemias que acabarían con la vida de miles de personas.
Jos Lelieveld subrayó que este es el momento de actuar, sobre todo, presionando para que otros gobiernos del mundo designen recursos a Sudán, ya que, a pesar de los países con mayor afectación por el cambio climático, es uno de los que menos dinero recibe para combatirlo.
Lelieveld es contundente al afirmar:
“Tendremos que ayudar a África a invertir y protegerse a sí misma. Ellos no causaron este problema; nosotros lo hicimos.”
Y tiene toda la razón…